El arte está en la grieta
«Revisar el pasado es útil para observar el presente con mayor profundidad»
Así empieza la exposición Tiempos inciertos: Alemania entre guerras de CaixaForum Madrid, que termina el 14 de febrero y que visitamos este fin de semana. Un viaje al corazón de la república de Weimar, que proponía una sociedad basada en la razón, la democracia y la igualdad.
En 1929, mientras la inflación devoraba los ahorros en Alemania, dos filósofos se reunían en Davos para debatir sobre la esencia del ser humano. A un lado, Cassirer defendía la razón y la cultura; Heidegger, al otro, la incertidumbre fundamental de nuestra existencia.
Un siglo después, seguimos preguntándonos lo mismo: ¿qué somos cuando todo se derrumba?
El debate de Davos
La República de Weimar tambaleó conceptos antes incuestionables en la sociedad alemana: los roles de género, la música, la noción de autoridad, la lucha obrera, la arquitectura, la física cuántica, la estética y hasta la técnica como expresión artística. Un 19% de la población masculina había desaparecido, y los supervivientes llevaban sus cicatrices como mapas de un mundo que ya no existía. En las calles de Berlín, los veteranos mutilados eran un recordatorio constante de la fragilidad humana.
Y sin embargo, o quizás precisamente por ello, la Bauhaus soñaba con transformar el mundo a través del diseño. Otto Dix pintaba retratos que capturaban el vértigo de una época. George Grosz dibujaba la corrupción con líneas afiladas como cuchillos. Los fotomontajes de John Heartfield convertían las imágenes cotidianas en armas contra el fascismo creciente. Karl Hubbuch pintó a su esposa Hilde, fotógrafa de la Bauhaus, como una mujer nueva y emancipada. Su doble retrato captura la complejidad de una época donde todo estaba en transformación.
Incluso el jazz resonaba en los cabarets como un acto de rebeldía contra el orden establecido. El Tiger Rag del Dixieland Jazz Band sacudió las tradiciones y se convirtió en símbolo de modernidad y rebelión.
La Nueva Objetividad miraba de frente a los cuerpos rotos y encontraba en ellos una nueva forma de belleza. La escultura conectó con esta nueva realidad: cuerpos vulnerables y abatidos, cuerpos atléticos que transmiten superación, cuerpos abstractos que miran al futuro. Es una paradoja que nos persigue: el arte florece precisamente cuando parece más prescindible.
Como recordaba Nuccio Ordine, lo aparentemente inútil –el arte, la poesía, la belleza– es precisamente lo que nos salva. La belleza se convierte entonces en un acto de resistencia. Los artistas de Weimar no huían de su realidad. La enfrentaban, la cuestionaban. Incluso la transformaban
Hoy también vivimos tiempos inciertos. Como aquellos ciudadanos de Weimar, nos encontramos "vagando entre dos mundos, uno muerto, otro incapaz de nacer". Los viejos mapas ya no sirven, las antiguas certezas se desvanecen. Y sin embargo, seguimos creando.
Estamos ante avances tecnológicos como la inteligencia artificial, nuevas políticas y creativas, pero el nuevo paradigma aflora siempre incertidumbre, malestar y miedo. Aprender a lidiar con todo eso es necesario y sólo será posible con reflexión, la escucha y el debate.
Los artistas de Weimar nos enseñaron que el arte no es un lujo, es una necesidad. No porque nos ofrezca respuestas, sino porque nos ayuda a vivir con las preguntas. Porque nos recuerda que somos seres capaces de crear sentido incluso cuando todo parece perderlo.
La exposición cierra con un poema de Paul Celan desde el abismo del horror:
Negra leche del alba te bebemos de noche
te bebemos al mediodía y a la mañana te bebemos de noche
bebemos y bebemos
El arte es esa leche negra que nos nutre incluso –o especialmente– en los momentos más oscuros. No escapa de ellos. Los transforma.
En un tiempo dominado por la lógica de la utilidad inmediata, el arte nos recuerda que no todo lo valioso puede medirse. Que no todo lo importante puede cuantificarse. Es precisamente en su aparente inutilidad donde radica su poder más profundo: el de mantenernos humanos cuando todo parece empujarnos hacia la deshumanización.
Y es ahí donde el curso el Arte como diálogo permite abrir esas grietas. Donde la imaginación, la empatía y la posibilidad de aprender a mirar nuestro mundo intentan colarse, consiguiendo transformar nuestra vulnerabilidad en la máxima potencia.